Un puto mimo haciendo el ridículo

    La noche era cálida, acogedora, llena de silencio y misterio y, como siempre, bella. Bella como una dama sin maquillar mirando con ojos tristes y sonrisa tierna. Y esa noche en especial, de ese remoto día de verano, parecía más bonita que cualquier otra, así que me dejé seducir por su belleza. Podía besarla y acariciarla entre tímidos gemidos de placer mientras ella me devolvía una mirada cómplice, atrevida y soñadora. Quizá fuera el silencio y la oscuridad lo que me atraían de ella, o quizá era, como en el aquel momento, el precioso abanico de estrellas que nos miraba desde el infinito. O quizá fuera ese sentimiento prohibido que sólo aparecía en ese momento del día, ese sentimiento de tranquilidad y paz, de bienestar y rebeldía, de hacer cualquier cosa y sentirse liberado de pensar qué ocurriría al día siguiente, qué ocurriría cuando el sol apareciera y volviera a encender la luz del mundo.

     Estábamos solos, alejados del grupo, Ele y yo, sobre la rampa más alta del skatepark. Nadie nos echaba en falta ni parecía buscarnos, lo que nos aliviaba ya que nos habíamos llevado lo que quedaba de hachís para liarnos el último par de porros que disfrutaríamos solos, en armonía y egoísmo compartido. Cuando terminó de hacer el primero lo miró con cariño, con sus ojos de color avellana y su mirada suave. Se lamió los labios antes de ponérselo entre ellos. Protegió el extremo libre del suave viento con su mano izquierda y con la otra le dio fuego, usando mi mechero amarillo y dejando salir una nube de humo de entre sus dedos. Inspiró profundamente mientras cerraba los ojos. Luego se recostó en las barras de hierro que había a nuestras espaldas y dejó salir parte del humo despacio, hacia la luna, sintiendo cómo el resto se expandía por dentro de su cuerpo. Luego me lo pasó, aún con los ojos cerrados, y habló:

-          ¿Cuál crees que es el peor sentimiento que existe? – Dijo mientras abría los ojos despacio fijándolos en el cielo.
-          Mmm no lo sé, no me lo he planteado nunca. –Respondí metiéndome el porro en la boca. -  Pero estoy segura de que tú sí y que con esa pregunta sólo pretendes contarme tus reflexiones. – Dije adelantándome a sus intenciones. Lo conocía bastante bien.
-          Efectivamente. Lo único que me interesa es hablarte de las cosas que pienso, sólo te necesito para que me escuches. Es que hablar solo no está bien visto ¿sabes? – reí. Inspiré una buena cantidad y la dejé correr libremente por mis pulmones.
-          Entiendo. Pues venga, ¿Cuál es el peor sentimiento que existe?
-          Está bien, ya que insistes…

     El peor sentimiento con el que puedes toparte en tu vida es la impotencia, y créeme, te toparás con él más a menudo de lo que te gustaría. – Paró, reflexivo, esperando quizá que le contradijera o hiciera alguna observación, pero permanecí callada y dejé que continuara explicándose. - Sé que la impotencia es una palabra muy general, significa incapacidad para hacer algo. Puedes ser impotente porque te han privado de libertad en caso, por ejemplo, de que estés en la cárcel o porque tus padres te prohíben hacer algo. Pero en estos casos, con excepciones, por supuesto, se puede decir que te lo has buscado. Has hecho algo mal y es tu merecido. Pero ¿qué pasa cuando no es así? Es decir, no has hecho nada malo para merecértelo, simplemente, eres incapaz de hacer algo. ¿Alguna vez has sentido ganas de hacer alguna cosa pero has notado que no tienes fuerza para ello? Como si te faltara energía y necesitaras enchufarte con un cargador a la pared. Sólo quieres estar tumbado en el sofá. Tu mente te dice: ¡venga, haz algo, vago de mierda! Y tú te preguntas: ¿para qué? No quiero. Pero a la vez sí quiero porque sé que debo. Sé que estar sin hacer nada de provecho, sólo descansando y descansando de descansar no aportará nada bueno a mi vida. Y yo quiero algo bueno para mi vida. Tengo propósitos, metas, sueños… Pero hay algo en mí que no me deja. Algo que me paraliza y no sé cuánto va a durar. No se me ocurre otra palabra. Impotencia. – Le pasé el porro y le dio otra calada, pero esta vez mantuvo los ojos abiertos, mirando fijamente hacia algún punto indefinido del skatepark. 

     Cuando terminó volvió a tendérmelo y continuó hablando. – Luego tienes que escuchar que te digan: “levántate y haz algo”. “No puedes estar siempre así”. “Es todo por tu propia culpa”. Nadie lo entiende ¿Cómo van a entenderlo los demás si ni yo mismo lo entiendo? – Paró unos segundos, reflexionando. Me miró, por primera vez desde que había empezado a hablar, yo me giré hacia él, tratando de comprenderlo. 

     -En serio, Nadia, necesito escapar de esto. Me siento atrapado, pero no sé dónde. Son como paredes invisibles a mi alrededor que nadie ve, ni siquiera yo. – Se pasó la mano por la cabeza, acariciando su pelo desde su flequillo hasta su nuca, donde lo agarró con fuerza. – Son paredes que no veo, pero que puedo sentir. Siento cómo me rodean y me oprimen. No puedo hacer nada contra ellas. – Volvió a mirarme, como para asegurarse que le prestaba atención y entendía lo serio que era para él lo que decía. Volvió a girarse hacia la pista de skate. - Hay ciertos momentos en los que me olvido que las paredes están ahí, puedo ser feliz, como ahora, contigo, con vosotros. Pero hay ocasiones en las que se cierran, acercándose cada vez más a mí, y no me dejan moverme. Yo quiero moverme. Me imagino lo estúpida que puede ser la imagen desde fuera, - sonrió cínicamente. - me imagino a los demás viendo cómo intento luchar contra paredes invisibles, paredes que para ellos no existen. – Volvió a coger el porro que le ofrecí y dio una calada profunda con rabia. - Soy un puto mimo haciendo el ridículo.

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